Colombia: Salento y Valle de Cocora

Está claro que a Colombia tenemos que volver, sólo dos semanas no fueron suficiente para cubrir este basto país que alberga cientos de pequeños paraísos que no pudimos descubrir. Sin embargo en los pocos que nos pudimos sumergir nos enamoraron. Pero no son sólo los paisajes preciosos en Colombia, la gente es espectacular, agradable y cariñosa, divertida y animada. Sin duda un 10 como personas y el país dónde mejor nos han tratado. Si vas a Colombia y no haces amigos, no bailas, no ríes y no te enamoras de su gente; te pasa algo, tenlo por seguro.

Uno de esos pequeños paraísos que sólo pudimos disfrutar fugazmente es el Valle de Cocora. Para llegar a él nos alojamos en la población de Salento en el municipio del Quindío. Desde allí las vistas a los valles circundantes ya eran prometedoras aunque llegamos lloviznando y temíamos que al día siguiente no nos acompañara el buen tiempo.

 

Al día siguiente nos dirigimos a coger uno de los Willys que te llevan al inicio del valle. Estas reliquias de la Segunda Guerra Mundial encontraron un bonito lugar para pasar sus últimos días, repintados de nuevo con colores alegres, son capaces de subirse por cualquier camino cargados hasta los topes.

 

Llegamos los primeros a la hora de salida de los Willys desde la plaza central de Salento, podíamos escoger ir sentados dentro en sus asientos o ir montados detrás como buenos aventureros. No hace falta que os diga que fue lo que escogió Marta sin dudarlo.

 

No hay que decir que las vistas agarrados detrás del 4×4 tenían su gran recompensa. Un paisaje virgen de edificaciones se descubría delante nuestro entre valles verdes, montañas entre las nubes y granjeros guiando sus animales. El viento en la cara y la sensación de estar en un pequeño edén desconocido.

 

Al llegar al Valle de Cocora el camino a pie nos transportó a un paisaje similar a los que descubrimos en Nueva Zelanda, incluidas esas flores que hemos visto en el hemisferio sur. Pero esta vez con muchos más árboles y unas palmeras descomunales que asomaban de vez en cuando en el bosque lejano.

 

Al entrar a la zona donde están las palmeras de cera nos quedamos sin palabras. Son las más grandes del mundo, de unos 60 metros de altura y excepcionalmente hasta 80! No había manera de que la palmera y yo saliéramos en la misma foto que veis debajo, para que tengáis una idea de la proporción.

 

Aquí sentados nos quedamos largo rato, sin absolutamente nadie a nuestro alrededor, empequeñecidos por la naturaleza y con nuestra mirada perdida en el horizonte.

 

Al día siguiente pasear por el colorido pueblo de Salento y tomar su plato típico de Trucha a la parmesana, o mejor dicho, sopa de queso parmesano con trucha! En Colombia no pasaréis hambre. La verdad es que estaba buena aunque la presentación no era lo más destacable!

 

Y por la noche… Partidas de Tejo! Un juego divertido, de habilidad, precisión y… explosión! Se trata de lanzar un peso trapezoidal a una base dónde se encuentran tres triángulos de papel (recuerdan a los “nachos”), con la característica que están rellenos de pólvora y en el caso de acertar en ellos explotan con un ruido ensordecedor. Unas cuantas cervezas Club Colombia y a pasar un rato divertido. ¡Tengo que importarlo como sea!